Querida Antígona:
Elegí el día y esta hora para escribirte, porque siento, que algo en el aire, me habla de tu presencia.
Por eso busco lo místico y transgredo tu mundo.
El sol de septiembre altera mis grietas y lo misterioso del momento conmociona travesías internas, revoluciona raíces e invita a pensar, complica formas y las palabras se comunican con tu silencio.
Aún desde tanta distancia, imagino tu mundo, camino por tus legiones, tejo, destejo ideas. Y me pregunto de donde te nacía tanto valor.
Comparo épocas y te veo en ésta, tan crucial y desafiante.
Por eso me arrincono detrás de mis vísceras, otras, me visto de valiente, quiero celebrar la realidad como si fuera un motivo de fiesta y declaro una revolución personal a la tristeza. Busco oxígeno, lo pido a gritos.
Pero no puedo convencerme de tantas cosas. Una desesperanza castiga duro.
A tras luz del papel veo tu rostro y vagas lágrimas dibujan el pasado.
Se me ocurre entonces, sincerar el reloj e interrogarlo, pero no tiene respuesta, sólo camina y nunca envejece en su eterno deambular por la vida.
Entonces, no se si logro algo, cuando, como ahora siento más que nunca tu fantasma sobre mí, diría que quisieras estar conmigo, compartiendo pasado y presente.
A veces, pienso que todo está demasiado sumergido, o tal vez mi estado de ánimo no me deje ver con otra mirada.
¿Tal es el caos?, o es sólo mi imaginación.
Quiero pensar en esto último y quedarme refugiada allí.
Gracias por haber existido y darme hoy la amistad de tu sombra.
Raquel Piñeiro Mongiello
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