LA VIDA DOBLE TRACCIÓN
A los tres o cuatro años
el juego predilecto
era arrastrarme de espaldas por el piso de la cocina
hasta encontrar un agujero en el techo de chapa
por donde el sol se dejara caer.
Hallado,
lo hacía coincidir con el ojo,
interponía los deditos de la mano izquierda
y los movía
crando un mundo de luces y sombras.
Aquella penumbra
hoy compañera insoslayable.
Todo arranca de la vieja.
Todos
venimos de la vieja.
Cuenta que de chiquito,
un poquito veia
y agitaba los brazos
como si intentara detener un tren.
Ella quería que yo la viera.
Con su terror a la ceguera
golpeó las puertas de los doctores
empujó en las escuelas
y hasta mas allá del final
continúa
con la mano en mi espalda.
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