Mensajes de ultratumba
En los campos bajo los que yacen putrefactos esqueletos,
cubiertos del velo de la niebla, reposan los olvidados muertos;
y un niño trata de oír el mudo latido de sus corazones quietos,
rasguñando la tierra para ponerlos al descubierto.
Va buscando la inscripción, el epitafio al que marchitada
-cual su vida miserable- se liga la flor de pétalos sangrantes;
sus gritos desgarran y rompen, del recinto, el alma abismada
del silencio que ronda y se impone a los visitantes.
Con sus lágrimas humedece el polvo que cubre a su padre,
el único que ha amado, el solo amigo al que reverencia;
y cavando ya en el barro, cual un perro a la luna, ladre
maldiciendo al destino que le despojó de su presencia.
No existe ningún alivio para su infantil entendimiento;
no puede, salvo en sus sueños de huérfano, hallar consuelo
contrariando los designios eternos -¡viles escarmientos!-,
¡ay! Esa satírica imaginación con que infunde vida al cuerpo.
En cada rasgar, el macerado cuerpo del difunto padre,
parece llamar al hijo que lanza risas a locura semejantes;
y aunque al féretro llegara con proceder tan aberrante,
aun abrazados los dos, permanecerían distantes.
En su fosa, a media remover, entre larvas y gusanos,
con una misiva -de enturbiado tono y letra desvaída-,
dieron sus laceradas, sus curtidas y pequeñas manos,
donde se leía, del enterrado, los preceptos de la vida:
«¡Hijo mío, no hay amor ni abrazo que ciña estos mundos!
Sólo es el recuerdo el que unir puede los vivos a los muertos;
no maldigas las voluntades divinas, solo acarrea iracundos,
torpes castigos, que forjan la sed que sólo halla desiertos.»
»Vuelve al mundo y deja descansar mi mancillada carne,
quiero que todos los gusanos roan está detestable cárcel.
Renuncia a tu obstinación, a tus caprichos de infante,
quiero libertar a mi alma de la culpa por la que arde.»
Esta era la imbécil homilía que le prodigaba su padre,
y en estertorosa voz, dejaba un recado al hijo tembloroso:
«Mi vida fue un error, pues viví como un cobarde;
tú no vivas nunca con la culpa irremediable del miedoso.»
»Se siempre valiente y forjaras la conquista; no seas pacato
ni temas la vida; afronta sus riesgos, franquea sus obstáculos;
¡Disfruta del amor, hijo mío, aunque eso fuera un desacato;
Y siempre recuerda: la muerte es telón que finaliza espectáculos!»
»Ella no permite que los personajes salgan a despedirse,
ni a recibir reverencias ni bulliciosos aplausos; terminada
la función, se ha de coronar lo que no puede redimirse,
la apoteosis es del que muere tras una vida agraciada; »
»para los espíritus débiles, como el mío tristes, no hay corona,
no hay aplausos, perdón ni recompensa en uno u otro lado;
tú, niño maldito, no cedas a esa inútil e indómita congoja
que el destino te impone: ¡triunfa sobre ella, estás avisado! »
Pero el niño, aterrado, solitario y débil en esta selva implacable,
Ingenuo, aletargado y estúpido, por su terrible pena devorado,
en cada día que agota sus fuerzas ve a un Dios irresponsable,
y anhela el filo de la lanza que a Cristo lacero el costado;
ignorando los repliegues con que el mundo se deshace,
prescindiendo de los preceptos ancestrales, vivió cobarde
y murió necio; este fue de su tumba el epitafio: ¡Aquí yace
el infeliz hijo que no obedeció el consejo de su padre!
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