viernes, 27 de noviembre de 2009

CAFÉ LITERARIO LUZ Y LUNA, JORNADA DE OCTUBRE, GUILLERMO BISUTTI

Mensajes de ultratumba



En los campos bajo los que yacen putrefactos esqueletos,

cubiertos del velo de la niebla, reposan los olvidados muertos;

y un niño trata de oír el mudo latido de sus corazones quietos,

rasguñando la tierra para ponerlos al descubierto.

Va buscando la inscripción, el epitafio al que marchitada

-cual su vida miserable- se liga la flor de pétalos sangrantes;

sus gritos desgarran y rompen, del recinto, el alma abismada

del silencio que ronda y se impone a los visitantes.

Con sus lágrimas humedece el polvo que cubre a su padre,

el único que ha amado, el solo amigo al que reverencia;

y cavando ya en el barro, cual un perro a la luna, ladre

maldiciendo al destino que le despojó de su presencia.

No existe ningún alivio para su infantil entendimiento;

no puede, salvo en sus sueños de huérfano, hallar consuelo

contrariando los designios eternos -¡viles escarmientos!-,

¡ay! Esa satírica imaginación con que infunde vida al cuerpo.

En cada rasgar, el macerado cuerpo del difunto padre,

parece llamar al hijo que lanza risas a locura semejantes;

y aunque al féretro llegara con proceder tan aberrante,

aun abrazados los dos, permanecerían distantes.

En su fosa, a media remover, entre larvas y gusanos,

con una misiva -de enturbiado tono y letra desvaída-,

dieron sus laceradas, sus curtidas y pequeñas manos,

donde se leía, del enterrado, los preceptos de la vida:

«¡Hijo mío, no hay amor ni abrazo que ciña estos mundos!

Sólo es el recuerdo el que unir puede los vivos a los muertos;

no maldigas las voluntades divinas, solo acarrea iracundos,

torpes castigos, que forjan la sed que sólo halla desiertos.»

»Vuelve al mundo y deja descansar mi mancillada carne,

quiero que todos los gusanos roan está detestable cárcel.

Renuncia a tu obstinación, a tus caprichos de infante,

quiero libertar a mi alma de la culpa por la que arde.»

Esta era la imbécil homilía que le prodigaba su padre,

y en estertorosa voz, dejaba un recado al hijo tembloroso:

«Mi vida fue un error, pues viví como un cobarde;

tú no vivas nunca con la culpa irremediable del miedoso.»

»Se siempre valiente y forjaras la conquista; no seas pacato

ni temas la vida; afronta sus riesgos, franquea sus obstáculos;

¡Disfruta del amor, hijo mío, aunque eso fuera un desacato;

Y siempre recuerda: la muerte es telón que finaliza espectáculos!»

»Ella no permite que los personajes salgan a despedirse,

ni a recibir reverencias ni bulliciosos aplausos; terminada

la función, se ha de coronar lo que no puede redimirse,

la apoteosis es del que muere tras una vida agraciada; »

»para los espíritus débiles, como el mío tristes, no hay corona,

no hay aplausos, perdón ni recompensa en uno u otro lado;

tú, niño maldito, no cedas a esa inútil e indómita congoja

que el destino te impone: ¡triunfa sobre ella, estás avisado! »

Pero el niño, aterrado, solitario y débil en esta selva implacable,

Ingenuo, aletargado y estúpido, por su terrible pena devorado,

en cada día que agota sus fuerzas ve a un Dios irresponsable,

y anhela el filo de la lanza que a Cristo lacero el costado;

ignorando los repliegues con que el mundo se deshace,

prescindiendo de los preceptos ancestrales, vivió cobarde

y murió necio; este fue de su tumba el epitafio: ¡Aquí yace

el infeliz hijo que no obedeció el consejo de su padre!

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