lunes, 24 de agosto de 2009

CAFE LITERARIO LUZ Y LUNA, ACTIVIDADES POSTERGADAS, MANUEL TEYPER

RETROSPECTIVA





MANUEL TEYPER

RETROSPECTIVA

“Pese a tener la firme convicción, de que la vida se pasa mejor sin preocuparse por el pasado -y menos por el futuro-, viviendo sólo el día de hoy, que en definitiva es lo único que poseo, he querido por esta vez, echar una mirada a ese pasado para entender, un poco mejor, quién soy ahora”. Manuel Teyper.


I

Bogotá, 2,800 m.s.n.m. Una madrugada cualquiera. No quiero recordar cuántos años atrás.

Acabo de llegar a la casa donde alquilo un pequeño cuarto oscuro, de paredes de ladrillo, algunos de los cuales están rotos. El techo es bajo y gris, como tiznado. El piso, para no ser la excepción, es de tierra asentada.

La humedad, además de despedir un espeso olor a moho, agudiza el frío reinante.

Me he visto obligado a vivir en esta especie de cueva –donde uno entiende que tiene que estar casi en tinieblas para no deprimirse ante el estado ruinoso en que se encuentra- porque mis escasos recursos no me permiten otra cosa.

Estoy cansado. Felizmente cansado; he caminado cerca de tres horas desde el colegio en el que termino mis estudios secundarios.

Hubiera podido venir en autobús, pero algo me impulsó a emprender la caminata; a lo mejor muy en mi subconsciente está anidado el fastidio de llegar a un sitio donde no me espera nadie y en el que no me siento a gusto.

Esta larga caminata me ha servido para cavilar sobre mi presente y tratar de vislumbrar un futuro menos sombrío.

Salí de la casa de mi padre huyendo de él, para caer en este hueco. Sin embargo era preferible; cuidar de uno mismo y de un borracho –sacarlo de las cantinas una y otra vez no sin antes recorrer infinidad de ellas en su busca- a mis escasos 18 años, me atormentaba tanto que decidí abandonarlo a su suerte -y abandonarme a la mía- irreflexivamente.

En realidad no he tenido un padre… he tenido dos: uno, el hombre trabajador y serio. Al que le molestaba absolutamente todo, el que, al solo anuncio de su llegada, provocaba un temblorcito de terror que me invadía poco a poco el cuerpo, catapultando un anhelo feroz de escapar de allí, antes que entrara a repartir patadas o correazos por el motivo mas insignificante.

Y el otro, el borracho buena gente; el que me hablaba como si fuésemos viejos amigos, el que fabricaba un futuro brillante y prometedor, el que me invitaba una gaseosa y me regalaba unas cuantas monedas que necesitaría al día siguiente dado que se gastaba en trago hasta el último centavo.

A ninguno de los dos los quise nunca.
Aún así es mi padre. No lo juzgo; trato inútilmente de entenderlo, pero me resulta más fácil olvidarme de él.

II

Me veo llegando casi arrastrando los pies a ese triste cuarto. Me alegra estar cansado porque me duermo enseguida.

La caminata me ha dejado ver cosas que de otro modo no podría; traté en vano de recapacitar muchas veces apoyando mi cabeza sobre la almohada, pero mi mente empezaba a divagar por recovecos intrincados, manejándose sola como un barco sin timonel. De modo que nunca llegué a ninguna parte.

Pero bajo las tenues luces de las calles, el silencio de la media noche, la oscuridad, el frío en los pabellones de mis orejas y el monótono sonido de mis pasos sobre el pavimento, me encamino inexorablemente a ese estado de la abstracción necesaria para dirigir mis pensamientos hacia donde quiero:

a) Mi situación es apurada y un tanto caótica, pero no del todo desastrosa; estoy terminando mis estudios secundarios satisfactoriamente.
b) Quiero viajar. No se muy bien por donde comenzaré, pero es inevitable el hecho de que viajaré y debe ser antes de empezar la universidad para que nada –una mujer y un hijo por ejemplo- me lo impida.

c) Mis expectativas políticas y mis convicciones ideológicas me han conducido a entrometerme mucho mas de lo que hubiese querido, en una espiral de acontecimientos de los que debo desligarme, pese a haber aprendido grandes cosas ahí.

d) Me he convertido sin querer, en un ermitaño sin apenas darme cuenta; no tengo amigos. Nunca los tuve y según se ve, nunca los tendré.

e) Tengo una idea vaga y confusa sobre mi porvenir; no se que estudiaré en la universidad y además carezco de la intuición suficiente para saberlo; eso me puede llevar al fracaso.

f) Quiero viajar; la idea me asalta mas que cualquier otra cosa. A lo mejor este impulso sobre natural solo sea la inercia inicial que me impulsó a huir de casa… o el convencimiento -que puede ser un pretexto- de que por lo menos debo conocer esta pequeña roca del espacio a la que llamamos tierra.

g) No deseo llevar una vida convencional; tengo la impresión –gelatinosa- de que he nacido para ser diferente. No especial, sino diferente, a secas.
Me niego a trabajar treinta años para lograr comprar una casa –en cómodas cuotas mensuales-, a mantener a unos hijos ingratos -como yo-; a vivir en una ciudad atestada de gente que sobrevive –como yo- a duras penas, que se levanta todos los días a las seis de la mañana porque entra a trabajar a las ocho y diez, y encima el patrón le recrimina esos diez minutos de tardanza; a luchar codo a codo con otros ese pequeño ascenso que permitirá llevar unos pocos pesos más a la casa; a sufrir todo tipo de cosas que sufre un empleado por un sueldo miserable… y después de treinta años de esclavitud, poder “gozar” de una mísera pensión que de solo saber cuánto es, lo puede llevar a uno a la tumba… me niego a vivir así porque me siento un ser “diferente”.

Todo esto y más me viene a la cabeza haciéndome olvidar del frío en las orejas, del cansancio, del trecho que aún falta por recorrer, de los choros que esperan a sus víctimas en cada esquina –a mí me dejan pasar porque a la vista está que perderían el tiempo- y de la covacha que me espera.

LIMA, 50 m.s.n.m. 2009
UNA NOCHE CUALQUIERA 11:45 P.M.
Han pasado más de veinte años, desde esa primera caminata nocturna.
Ya no camino más de noche… ni de día.

De los sueños que tenía en ese entonces, he logrado hacer realidad sólo uno: viajar; lo que a todas luces ha constituido mi perdición.

Ya no camino más y ya no sueño más; en vez de haberme encontrado con mi destino, me he dejado atropellar por él.

He cambiado esa tenebrosa cueva en la que malviví un tiempo, por una casa inmensa: el mundo; es decir, lo tengo todo y no tengo nada… o dicho de otro modo: aprendí a vivir con poco y no necesito nada de todo lo que ofrece el comercio –y no creo en el día del padre ni de ningún otro día-. No poseo celular porque no tengo a nadie a quien llamar y nadie que quiera llamarme.

Sin vivir en una cueva –o montaña- cumplo todos los requisitos necesarios para ser el ermitaño del que un día quise escapar.

La universidad me olvidó y yo a ella. Apenas nos tocamos. Nos rozamos. Nos miramos… nos olvidamos.

Viajé por algunos países y me quedé en uno de ellos atrapado en la telaraña que fabricó la mujer menos pensada… me transformé –sin percibirlo- en un insecto torpe, baboso, pegajoso, inútil y efímero; tal como la metamorfosis que sufriera Gregorio, en el magistral cuento de Kafka.

Me desligué de las obligaciones políticas, pero hasta aquí me persiguen las obsesiones ideológicas de las que no puedo escapar… solo me escondo de ellas como si fuese un ratón indefenso.

El futuro me llegó de golpe; sin previo aviso pasaron ante mí más de veinte años sin siquiera darme cuenta de ello… y un día amanecí con estas arrugas que deforman sin remedio mi rostro.

Camino despacio… ya no temo que me alcance el tiempo y haga de mí polvo del camino.
Las ilusiones… esas falsas que me adormecieron todos estos años como si fuesen cánticos de sirena, ya no son más; las he desenmascarado y apartado de mí. Ya no me engañan.

Ya no camino más… menos de noche; los ladrones pueden confundirse esta vez, o querer vengarse porque en mis bolsillos sólo encontrarían papeles con palabras que ya nadie quiere leer, y migajas de algún pan duro que guardé con recelo para mitigar el hambre.

Ya no quiero caminar más… así sea de día; los ruidos de la calle se han tornado tan invasivos y agobiantes, que se han incorporado a mí sin escucharlos, la luz del día lastima mis pupilas de modo que me he acostumbrado a mirar con los ojos entrecerrados, el frío que me acompaña siempre y el monótono sonido de mis pasos sobre el pavimento… podrían llevarme de nuevo –como hace tanto tiempo- a esa abstracción que se necesita para dirigir los pensamientos, esta vez hacia donde no quiero, porque las ilusiones y todas esas mentiras que me creí un día… han desaparecido para siempre.


Manuel Teyper mteyper@hotmail.com

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