martes, 15 de julio de 2008

EDUCACION, ÚNICA GARANTIA DE INCLUSIÓN SOCIAL

Un estudio recientemente difundido por la UNESCO arroja un dato tan perturbador como desafiante: la calidad de la Educación en la Argentina ha caído dramáticamente en las últimas décadas. El mencionado trabajo, destinado a medir el nivel de conocimiento de los alumnos de 16 naciones de la región, muestra a nuestro sistema educativo por debajo del de Uruguay, Chile, Costa Rica, Cuba y México.

Estos datos deben encender una luz de alarma, no sólo entre gobernantes, docentes y estudiantes sino en la sociedad toda. Mientras hoy los argentinos nos distraemos alrededor de conflictos que aunque relevantes no dejan de ser coyunturales, subsisten problemas mucho más profundos que comprometen el futuro del país y que no están siendo atendidos con suficiente ahínco.

Si bien el tema de las retenciones y la protesta agropecuaria constituyen situaciones que deben ser resueltas, se trata de dificultades de alcance acotado. Por el contrario, el notable déficit educacional que arrastra la Argentina pone en riesgo nada menos que sus posibilidades reales de insertarse con éxito en el siglo XXI.

En efecto, la más grave crisis que sufre en la actualidad la República Argentina no es de índole económica o política sino axiológica. Se trata en rigor de un acelerado deterioro de los valores esenciales que sostienen al Estado y al propio tejido social. De allí que resulte indispensable recuperar los principios que hacen de la nación un proyecto de vida en común: la cultura del esfuerzo, la solidaridad, la igualdad de oportunidades y el compromiso con lo público.

Por ello, la mejor receta para superar los problemas nacionales de largo aliento se encuentra en el terreno de la Educación. Sólo una firme apuesta por el mejoramiento de la calidad de la enseñanza abrirá la puerta hacia la reconstrucción que tanto necesitamos. Y es justamente la escuela –junto con la familia- el más propicio espacio para recuperar los valores perdidos.

No obstante, la Educación debe ser considerada mucho más que la mera transmisión de contenidos y datos. Al tradicional paradigma pedagógico-didáctico debe sumársele entonces una mirada formativa más amplia, que transforme a la Educación en una pieza clave para la inclusión social. En especial, que contribuya realmente a sacar a los individuos de la pobreza –material e intelectual- y los convierta en ciudadanos capacitados y dispuestos a ser protagonistas de la restauración del país.

En consecuencia, es vital tomar conciencia de que los subsidios y demás políticas asistenciales destinadas a los sectores más postergados son un aliciente necesario en lo inmediato, pero no representan una solución definitiva al problema de la pobreza. En esta nueva época, la Argentina debe recurrir a la Educación como plataforma de rescate de los que menos tienen. No hay justicia social sin inclusión, y no puede haber inclusión sin un sistema escolar que sea equitativo para todos.

De igual modo, el crecimiento sostenido de la macroeconomía debe ir acompañado de un genuino desarrollo humano, tanto en lo individual como en lo colectivo. Resulta esencial así que la Educación vuelva a ser el instrumento dinamizador de la movilidad social que supo ser en tiempos de nuestros padres y abuelos.

Para ello, el sistema educativo argentino requiere de una reforma integral que opere al menos en tres niveles. Por un lado, que recomponga la lógica de incentivos (premios y castigos, les decían nuestros ancestros) que caracteriza a toda sociedad avanzada. En segundo término, que incorpore una mirada formativa en valores que fomente el sacrificio personal y genere los líderes que tanto necesita el país. Y, finalmente, que brinde a los jóvenes herramientas concretas para afrontar con compromiso social los desafíos del tercer mileno.

En definitiva, para superar el imperante paradigma del facilismo, se necesitan maestros con autoridad y escuelas que sean más que improvisados comederos y centros de distracción para niños y adolescentes.

En épocas en que la brecha del conocimiento que separa a las personas y a los países amenaza con transformarse en mayor que la propia brecha económica, la Educación representa el más formidable motor del progreso. De allí que la Argentina del Bicentenario deba convertir a la escuela en su principal vehículo de inclusión social, asumiendo el Estado la responsabilidad de desarrollar políticas públicas que aseguren una educación gratuita, equitativa y de calidad para todos los ciudadanos.

Es hora de que los argentinos comprendamos que las lecciones de Sarmiento bien pueden convivir con las de Perón. Y que la Justicia Social del siglo XXI se llama Educación.

Gustavo Martínez Pandiani
Decano
Facultad de Ciencias de la Educación y Comunicación
Universidad del Salvador

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