sábado, 23 de mayo de 2009

CAFÉ LITERARIO LUZ Y LUNA, JORNADA DEL 25 DE ABRIL, MARÍA GOMEZ DE BALBUENA, ARGENTINA

MARIA DEL ROSARIO GOMEZ DE BALBUENA

CORDIAL DESPEDIDA

La mañana jugueteaba con el sol, conformando el arco donde todo lo demás es posible cuando la calidez del día invita. Un largo trajín nos aguardaba: Recorrer el escabroso camino que esperaba desde hacía años la construcción de una ruta. Larga deuda provincial. El plan era adentrarnos en el campo de mi abuelo, en Gobernador Martínez, para contar las reses y las ovejas, después de un temporal que había azotado la región y que -sospechábamos- pudo ser una clara invitación a la delincuencia. ¡Gobernador Martínez! Pueblo de la Provincia de Corrientes con memoria política, que evoca un tiempo de rencillas famosas en la zona; segunda parada de un ferrocarril arrancado a los pobladores, que quitó su folklore prometiendo un progreso que jamás llegó. Destino de interior de interiores... Santa Lucía, Villa Córdoba y por fin el pueblo, que se vislumbraría al final de la travesía para todo el que consiguiera sortear los inconvenientes de la accidentada ruta de tierra después de los temporales, sacudida por camiones de gran porte -los buscadores de ganado-y camionetas de propietarios hacendados. ¡Cuántas historias dormidas en sus vías, ahora incompletas, rieles que habían sido fruto preciado para los amparados del poder de turno... ¡Cuántos amores logrados en sus vagones, en esos viajes lentos y cómplices al interior de Corrientes! Las historias de soldados contando sus experiencias de "colimba" pueblan esa tierra abandonada por el gobierno. Historias que laten aún en la memoria, sin embargo, amparadas por Santa Rosa de Lima, patrona de los habitantes del pueblo, como si ella quisiera protegerlas.

No teníamos certeza de poder llegar, pero emprendimos la marcha. Conformábamos un grupo aguerrido; en la cabina delantera de la 4 x4 viajábamos: Andrés, el mayor de mis hermanos y yo; atrás iban el capataz de la estancia que había venido a Goya a comprar vacunas, y su ayudante -mi mujer- que no ocupaba cargos de responsabilidad debido a su sexo, pero con calidad de perfecta cebadora de mate y asesora de caminos –quien desde pequeña pudo conocer cada tramo de esa ruta y corretear por las cercanías de la casa, o galopar en su tordillo alazán, recorriéndola. Era vecina de nuestro campo. Allí la conocí. Entre mate y mate el tiempo iba corriendo, y nosotros sorteando el dificultoso camino. Cuando llegamos a la penúltima curva, un grupo de tres muchachotes que venía "de a pie" nos hizo señas: Desconfiamos, --acostumbrados como estábamos a los saqueos repentinos, ejemplo de una televisión sin control marcada por mensajes inducidos-- y Andrés bajó apenas la el vidrio de la ventanilla izquierda para escucharlos. Uno de ellos mostraba un aspecto saludable, pero de sus primeras palabras se desprendió el hálito de su reciente actividad: Un largo trago de ginebra apurado en ayunas, que provocó la mueca sugerente de mi compañero de cabina; el hombre apenas pudo explicar lo que quería --pero Andrés estaba acostumbrado a ese lenguaje y casi lo adivinó—“Que los lleváramos hasta el puente” pero sin reparar en que justamente íbamos en sentido contrario. El segundo muchacho -de muy mal aspecto- pretendió aclarar lo que su amigo pedía, pero cuando quiso aproximarse al vehículo fue víctima del fuerte ventarrón que colaboró con su precaria fortaleza, el suelo pedregoso y su lamentable estado hicieron lo demás: ¡Fue a parar a tierra, estrepitosa y graciosamente! Por fin, el tercero, acercándose nos dijo (podría decirse que atentamente y dándose cuenta del rumbo que llevaban) cambiando de mano la bolsa de arpillera que cargaba: "Muchachos, sigan nomás su camino. Nosotros esperaremos otra proporción". Y agregó: ¿Los puedo saludar? Andrés entonces bajó la ventanilla y le dio la mano, que el caminante apretó con repetidas sacudidas y diciendo muy efusivo "chau chamigo" -varias veces-. Después partimos. Llegamos al campo al promediar la mañana. Nos estaban esperando, por lo que inmediatamente la camioneta pasó a ser "tratada" con el gran chorro de la manguera regadora del lugar, capacidad dada por una bomba de 12.000 litros hora que arremetió contra el barro pegoteado en los engranajes y chasis de la 4 x 4, venciéndolo. El deleite de unas ricas naranjas abonadas por las recientes heladas, completó la travesía en su primera etapa: No hay placer mayor que sentir en su jugo el sabor de la tierra correntina. Son frutas que se arrancan al madurar, y premian con la generosidad de su pulpa. Característica que siempre protegió nuestra salud: El respeto por el ciclo de maduración de las frutas. Andrés no quiso tomarlas todavía, serían "su postre" -dijo- después de un rico asado. Pasamos después al "conteo" con la práctica que el capataz había desarrollado: Una mezcla de instinto y experiencia. Las reses estaban completas, pero las ovejas... ¡Siempre faltaba alguna! Y esta vez eran tres las ausentes. No nos habíamos equivocado: El temporal fue inspirador. Se colocaron las vacunas y decidimos partir ni bien termináramos de comer; pero debíamos dejar asentado el operativo: Andrés era quien tenía la mejor letra y le pasamos las planillas para que las llene. Además, no iba tener "olor a naranjas" en sus manos, ya que no las había tomado todavía. Diligente, arrastró una silla y a la vista del incomparable asado que iba tomando color en la parrilla, se dispuso a escribir, pero no pudo hacerlo... Ni bien apoyó su mano derecha, una mancha roja quedó plasmada en la primera hoja y lo hizo respingar asombrado, mirándonos: ¡Era sangre! ¿De dónde la habría sacado? Se miró rápidamente ambas manos, pero ninguna herida había sido el motivo, y en ese análisis estaba cuando lo comprendió: ¡Las tres ovejas!

"Las ausentes" en el "conteo" iban en aquella bolsa de arpillera que al cambiar de mano en el paisano del camino, dejó un claro mensaje. Al menos -dijo Andrés- esta vez las ovejas se despidieron cordialmente.

"Anahí"

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