MARIA DEL ROSARIO GOMEZ DE BALBUENA
CORDIAL DESPEDIDA
La mañana jugueteaba con el sol, conformando el arco donde todo lo demás es posible cuando la calidez del día invita. Un largo trajín nos aguardaba: Recorrer el escabroso camino que esperaba desde hacía años la construcción de una ruta. Larga deuda provincial. El plan era adentrarnos en el campo de mi abuelo, en Gobernador Martínez, para contar las reses y las ovejas, después de un temporal que había azotado la región y que -sospechábamos- pudo ser una clara invitación a la delincuencia. ¡Gobernador Martínez! Pueblo de
No teníamos certeza de poder llegar, pero emprendimos la marcha. Conformábamos un grupo aguerrido; en la cabina delantera de la 4 x4 viajábamos: Andrés, el mayor de mis hermanos y yo; atrás iban el capataz de la estancia que había venido a Goya a comprar vacunas, y su ayudante -mi mujer- que no ocupaba cargos de responsabilidad debido a su sexo, pero con calidad de perfecta cebadora de mate y asesora de caminos –quien desde pequeña pudo conocer cada tramo de esa ruta y corretear por las cercanías de la casa, o galopar en su tordillo alazán, recorriéndola. Era vecina de nuestro campo. Allí la conocí. Entre mate y mate el tiempo iba corriendo, y nosotros sorteando el dificultoso camino. Cuando llegamos a la penúltima curva, un grupo de tres muchachotes que venía "de a pie" nos hizo señas: Desconfiamos, --acostumbrados como estábamos a los saqueos repentinos, ejemplo de una televisión sin control marcada por mensajes inducidos-- y Andrés bajó apenas la el vidrio de la ventanilla izquierda para escucharlos. Uno de ellos mostraba un aspecto saludable, pero de sus primeras palabras se desprendió el hálito de su reciente actividad: Un largo trago de ginebra apurado en ayunas, que provocó la mueca sugerente de mi compañero de cabina; el hombre apenas pudo explicar lo que quería --pero Andrés estaba acostumbrado a ese lenguaje y casi lo adivinó—“Que los lleváramos hasta el puente” pero sin reparar en que justamente íbamos en sentido contrario. El segundo muchacho -de muy mal aspecto- pretendió aclarar lo que su amigo pedía, pero cuando quiso aproximarse al vehículo fue víctima del fuerte ventarrón que colaboró con su precaria fortaleza, el suelo pedregoso y su lamentable estado hicieron lo demás: ¡Fue a parar a tierra, estrepitosa y graciosamente! Por fin, el tercero, acercándose nos dijo (podría decirse que atentamente y dándose cuenta del rumbo que llevaban) cambiando de mano la bolsa de arpillera que cargaba: "Muchachos, sigan nomás su camino. Nosotros esperaremos otra proporción". Y agregó: ¿Los puedo saludar? Andrés entonces bajó la ventanilla y le dio la mano, que el caminante apretó con repetidas sacudidas y diciendo muy efusivo "chau chamigo" -varias veces-. Después partimos. Llegamos al campo al promediar la mañana. Nos estaban esperando, por lo que inmediatamente la camioneta pasó a ser "tratada" con el gran chorro de la manguera regadora del lugar, capacidad dada por una bomba de
"Las ausentes" en el "conteo" iban en aquella bolsa de arpillera que al cambiar de mano en el paisano del camino, dejó un claro mensaje. Al menos -dijo Andrés- esta vez las ovejas se despidieron cordialmente.
"Anahí"
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