Ella escribía ellos hablaban
Se acostumbraba verla escribir día tras día al borde de las tónicas noches donde flotaban las estrellas con los velos de Zeus, así como los bellos adornos de la naturaleza.
Ahí llegó la poeta! Gritaba una que otra voz.
Nadie advertía que la chica de ojos inquietos crecía apegada a la luz del viejo farol entregándose con su sagrada paciencia a la escritura, librando batallas hasta robarle la vehemencia a la razón
Algunos profetizaban que era un ave que trinaba con su fragancia desde su rama enamorada. Otros, que sus composiciones se desgarrarían tarde o temprano. Eran muchas las voces apostando que se harían trizas sus inspiraciones en su romería, pero ella siempre resucitaba aún entre las espinas y seguía con su gallardía honrando cada mano, incluso aquellas que le habían enterrado cien cruces en su costado, era su necia forma de dar lo que tanto deseaba, compartir sus sueños, sus cirios, sus lunas. No la detuvo ni el llanto en sus labios, ni los nubarrones que le acechaban en cada travesía, ella misma tomó de urgencia la antorcha entre sus dedos
Su mirada prudente, su sonrisa un rosal, su alma la habitación leal, no le daba acogida a la mezquindad. Nunca se mostraba falsa y en sus manos la pura firmeza.
Sus palabras procedían de sonora calma, de la nada cambiaba la congoja en alegría, la crueldad en la equidad y en segundos cristalizaba sus fantasías en realidad.
Con mucha humildad caminaba con la abundancia en su corazón y en su pluma las silabas levantadas sonando y resonando lejano edificando sonetos de ensueños, pasión, dolor, llegó incluso a deslizarse entre el vocerío de lobos que arrojaban sus letras en el ataúd de las leyes muertas, pero ella se alzaba antes los verdugos para eludir su furia.
No limitaba los predios de sus letras, fluían plenas poblando de soberano aliento las rutas de sus manos y allí, serenamente, entre la gente posó sus labios a la vida.
Nada la detenía, era una ráfaga de trigo volando en la brisa llevando entre sus alas la dignidad, pero no pudo evitar las excoriaciones que el hombre clavó a su alrededor.
No podía parar, era algo que estaba repujado en su manos.
Noris Roberts
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