jueves, 6 de noviembre de 2008

MATIAS YGIELKA RIMBAUD, URUGUAY, CAFÉ LITERARIO LUZ Y LUNA, 01/11

Paranoia en Montevideo’s town”

¿Por qué en cada intervención tenes que dar cuenta de tu autoestima? … le decía y la miraba a los ojos tristes, acaudalados, revueltos en dudas y penas, y la luz crepuscular del sol ardiente se yendo penetraba, como un ojo del infierno abriéndose paso, por un pequeño orifico de la ventana que daba en sus parpados esponjosos, rellenos de aire trunco en el espacio infinito. Era muerte vacía posada en su piel morena.
Las gotas anaranjadas se suspendían, desde sus retinas llorosas y vertiginosamente, de un hilo de baba rabiosa y desesperada. Y se hamacaban en esta tormenta que precedía ninguna calma. Mi mano extendía buscando una fugaz sonrisa, y al no recibir nada, moleculando en un silencio esquizofrénico, salté de la silla y rompí un jarrón contra la pared impulsivamente, siempre impulsivamente, una bestia sudorosa y desenfrenada. Había caído otra ves en mi estado infraparanoico y me acordaba la cara de mi madre aquel día, aludiendo con ojos inevitablemente despóticos, haciendo pausas actorales y mostrándome, con decepción y como consejo, unas pastillas medicinales que le habían recomendado para mi estado. El veredicto: enfermo.

Paseaba sobre la estela hipocondríaca que proyectaba mi conciencia, tres días después de algo, un poco mas muerto, mas desilusionado, con la recóndita esperanza siempre escondida, temerosa detrás del mapa falso de la razón. Los fatuos silencios de la ciudad enardecida me los comía en bocanadas inmensas y ambiciosas, los esperaba crónicamente, ya estipulados, y así gritaba con furia sobre la acera fría rompiendo el esquema simple y normal de este apócrifo sitio de gente tonta.
Mis pasos torpes e indecisos tartamudeaban junto a mi mente y mis lágrimas caían en un lugar deshabitado fuerte, todo en mi buscaba ese eco de muerte que a veces creemos que nos alcanza. Yo, “enfermo”, y sin pudor, detrás lo corría.
De repente una calma histeria se poso en la gente, con aires de victoria estupida y pasajera, divisé una amena parcela aturdida por un placentero rayo de sol genial para tirarme a empezar a leer la página ochenta y tres de la novela “Un mundo feliz” de Huxley.
Lo consigo.
Fluye el caos haciendo cosmos en mi cabeza, partículas endotérmicas que revelan un shock demasiado sugestivo de interpretación, y sobre un caminito sencillo de piedras, pasea la endogamia asexuada constante frente a mis ojos afectados por el sol que suelo detestar.
Mi nivel de agonía corría descendente, y me paro, dispuesto a irme, dejando la página ciento dos a la espera.

“¡Pero que hermoso!”,…” ¡Miraaa!, es una obra de arte,… ¿Quién lo habrá hecho?”,…”¡¡Ahhh!!”… Dos señoritas ya maduras comentaban unas asquerosas supuestas obras de arte ahí postradas con el objetivo de adornar la ciudad, esa intención de fácil de estimulación perceptiva. Cómo tirar papel para limpiarse el orto encima de una arboleda o hacer un arbolito de navidad con botellas vacías de agua jane verde. Mi desaprobación, y mi comentario, se hizo un ahogado suspiro que se noto entre la gente, y seguí, anormalmente enfadado.
Me esforzaba por conseguir un cigarrillo pero resultaba imposible, la ambición viciosa no se prestaba; hasta que vi., medianamente alejada, a una chica fumando posada en un poste de electricidad, sola. Su veredicto, posiblemente al igual que el mío, sería enferma, o estrafalaria, o rara, o inadaptada, o yo que se, no me importaba; para mi una extraña aliada en este espacio cómico de gente que suma masa. Catapléxicos mis ojos y alguna parte de mi inconciente me llevaron, temblorosa y cobardemente, hacia ella. Y seguí este paseo incierto por mi Montevideo, ahora más solo, pero con mis bronquios tranquilos recibiendo su dosis de nicotina venérea.

…”Soy benévolamente insignificante pero vivo”…pensaba literalmente, y mis ideas se arrastraban por un parque de ideas poco concretas, minado de preguntas sin respuestas, de hermosos contornos desdibujados y nebulosos tiempos de acción. “¡Deja la droga!” algunos me decían, y yo nunca fui un drogadicto. Nadie te entiende pero todos te hablan desde su ego marchito tratando de sembrar un logro oportuno. Pseudosicólogos, pseudopersonas. El prejuicio es lo que nos aleja y cada vez me siento más solo.
Y me drogo si quiero.

Impulso mi frenesí neuronal hacia fuera, casi obligado diría, y juego a ser un idiota por varios minutos.

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