CONVIVENCIA
Éramos muy amigos. ¡La pasábamos tan bien! Teníamos todo el tiempo para nosotros, para usarlo, para desperdiciarlo, para el ocio, para el descanso, para la pereza, para la nada.
Hacíamos proyectos secretos que solo él y yo conocíamos. Me acompañaba siempre; ora en silencio, ora charlando. Sus opiniones eran generalmente acertadas.
En ocasiones en las que se mostraba distante y alejado, con una expresión que me resultaba desconocida, no parecía mi compañero, mi camarada, mi compinche de la misma edad, solía decirme:
-No me menosprecies, no desaproveches las oportunidades que tenemos ahora, después no será lo mismo y no coincidiremos. Trata de no alejarte de mí, no pases por delante, no te apresures, con esa urgencia que tienes para la nada. Yo reía con mi risa cantarina en la que gorjeaban mis pocos años, y le respondía:-Si somos amigos, ¿quién nos podrá separar?.
Envejecía de golpe, como si el tiempo hubiera pasado por sobre él, y me respondía ocn gravedad:
Yo, que nunca soy el mismo, provocaré la separación.
No lo comprendí, ni en esos momentos ni después, no le di importancia a sus respuestas; él era un buen amigo, pese a sus momentos depresivos.
Cuando dejé mi niñez y mi juventud, continuamos siendo amigos, él se adaptaba a mí.
Tiempo después me dijo:
-Ya hemos pasado mucho tiempo juntos, te voy a dejar por un tiempo. Vivirás nuevos tiempos, tiempos de bonanza, tiempos de esperanzas; no desperdicies la cuota, el regalo que te voy a hacer, ¡cuídalo, es oro! Cuando nos volvamos a ver ni yo, ni tú seremos los mismos.
Lloré, le pregunté la razón.
Respondió: Los tiempos son inexorables y no están determinados por ninguno de nosotros dos, yo solo soy un representante en estos lugares y el éxito o el fracaso no dependen de mí, sino de tu conducta.
Al tiempo que se iba expresó:
No hay tiempo para despedidas, que te sean otorgados tiempos de felicidad.”
Cuando se fue, recién advertí que desde que comenzó a acompañarme, me había modificado minuto a minuto y que yo, al estar a su lado, cada vez que pasaba por delante de él, iba adquiriendo nuevas características. Resolví seguirlo, llegué a un parque. ¿De dónde provenían esas voces, que hacían esos rostros enfundados en vestiduras extrañas? En un claro de la arboleda, como en los ritos paganos, un sacerdote pronunciaba su homilía ante la congregación de fieles.
Él estaba sentado en una especie de trono y todos desfilaban ante él y , a medida que pasaban se iban transformando. Estamos ante nuestro Dios, el que mira a la eternidad; él no tiene urgencias, no puede ni quiere medirse a sí mismo. ¡Temedle, ríe con mueca despectiva, descree de relojes, cálculos, ciclos y mediciones! Él no distingue entre niñez, juventud, adultez, vida, muerte, prehistoria, épocas, edades antiguas o contemporáneas; divisiones solo atinentes a los hombres y a las sociedades. ¡Temedle, él todo lo cubre y todo lo abarca!, Él es único, inmutable e infinito. Se burla de las actitudes de esos microbios vanidosos que creen agradable con simulaciones. Es Él, el que mira a la eternidad. Tiene dos rostros: uno mira al pasado; el otro, hacia el futuro; su vista no se dirige hacia el presente. Avanzaron los fieles, se postraron y trataron de asirlo y de besarlo. Cuando terminó el desfile, ya eran diferentes en cuerpo y alma.
Al verme, abandonó su trono, se acercó y me habló con tristeza. Me fui, dijo, porque quise evitarte que te sucediera lo que a todos los que conviven conmigo. Es una ley superior que no depende de mi voluntad. ¡Trata de no verme, aléjate, no pases por delante de mí, corres peligro!
No lo comprendí , me desesperé, corrí tras él, lo alcancé, lo abracé, lo besé entre lágrimas. Entre lágrimas dijo:”Te lo avisé, no me culpes, yo no quise ni quiero hacerte daño, pero mi sino es ese: los que pasan por mi se transforman. Retrocedí espantado; aprovechó para huir, ligero como el tiempo.
Volví a mi casa, a mis tiempos. Cansado, achacoso, envejecido, vencido, me sentía morir. Me dí cuenta que había convivido demasiado con el Tiempo y que todo debe llegar a su fin. Me desplomé en mi sillón y me dormí dulcemente, recordando mis tiempos idos.
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