La esperanza estaba equivocada.
No quiso atender ruegos,
y encendida,
como la luz del fuego,
casi hastiada,
se consumió en la noche.
La esperanza murió,
ni los reproches,
acudieron a pie para plañirla.
Allí estaba marchita, con su herida,
nadie supo por qué camino fue
de consumo abatida.
Nadie posó su roce
en la límpida lápida de brisa,
nadie escribió su nombre
ni le ofreció un sermón por la desdicha.
Sin que nadie llamara
a alguna puerta altiva,
sin que nadie apresara
ni una palabra esquiva,
y sin saberlo,
aparecieron carros
por un camino alado y sin sosiego,
con mendigos, gitanos,
inmigrantes, parados, jornaleros,
desahuciados sin techo,
y apenas sin cimientos:
estaban condenados a galeras,
en los tiempos presentes de esta era.
Nunca cruzaron mares,
pero si las ciudades,
embargados sus lechos,
cadenas en sus pechos,
disueltas por sus firmes voluntades.
Sin que nadie llamara
a alguna puerta altiva,
sin que nadie apresara
ni una palabra esquiva,
y sin saberlo,
han encendido el fuego que ya fuera,
y revivido aún más relampaguea,
a la intemperie siempre donde el miedo
prende la lumbre, para espantar las fieras.
Abril de 2000 poema de Maria Ángeles Fernández Jordan
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