sábado, 6 de septiembre de 2008

CAFÉ LITERARIO LUZ Y LUNA, ACTIVIDADES SÁBADO 30 DE AGOSTO 2008 , GONZALO CABALLERO,NEUQUEN, ARGENTINA

GONZALO CABALLERO, NEUQUEN , ARGENTINA


Hola, he recibido un mail de ustedes ; y si esto que les envio les podrá ser utíl o... quiza no encaje con el perfil del evento; en fin, acá les envio un cuento mío:


La Gorda y la Vieja


La mina era del sur, no tengo idea del nombre, así que me voy a referir a ella como "la gorda". No le voy a decir gorda cariñosamente, no; la gorda es una mina jodida, entonces le digo gorda en el sentido despectivo y maldito de la palabra. Lo único que admitiré a su favor es que de cara es linda, y punto.
En frente de la gorda vive la vieja, la vieja es una vieja maldita y más de una vez, cuando la saludé, le vi en la mirada un algo… macabro; la vieja es macabra.
Esas dos, fueron mis vecinas hace un tiempo.
De lo que se habla acá es de tres cosas: odio vecinal, saludos hipócritas y brujería.
Quizá lo primero que nos generó desconfianza fue el saludo de bienvenida que recibimos de estas dos… mujeres. Fue… demasiado cordial, no les creí; al menos yo. Intuición, no sé, pero no me cerró tanta simpatía.
Y las identificamos de entrada como la vieja y la gorda, sin malicia al principio; pero gradualmente eso cambió. A medida que las íbamos conociendo, cada vez se hacía más notorio el carácter despectivo que le imprimíamos a los seudónimos: ¡La gorda! ¡La vieja!
La situación fue ésta: nosotros, la parejita de recién casados que se mudan al conventillo. Y ellas, dos mujeres de la casa con unos nuevos vecinitos que llegaban para darle más sabor a su chismorroteo diario, desgastado y monotemático, producto de una pésima producción nacional de telenovelas… (quiero ser objetivo).
Así entonces, el aburrimiento de estas dos mujeres divinas, tenía nuevas perspectivas y parecía que en sus vidas finalmente algo comenzaba a cambiar para mejor, llegábamos nosotros.
Sin embargo, hubo un acuerdo que todo lo complicó: acordamos ignorarlas. Ese fue nuestro error… no es tan sencillo dejar -a dos minas así- aburridas, y sin ningún tipo de explicación. Si bien apenas nos conocíamos, no menos cierto es que teníamos por delante un montón de atardeceres para compartir, mañanas de breves charlas y comentarios climáticos que alegrarían sus vidas sustancialmente. Y ese pacto… ese pacto que hicimos, se convirtió en nuestra irreversible desdicha, fue una equivocación fatal, descortés, im… perdonable; y nos odiaron.
Completa la escena la Tati, una pequeña perra nuestra que defeca un par de veces en el patio común del vecindario… y llega la gorda a indignarse por la presencia de… "bacterias", microorganismos que podían contaminar el lugar de juego de sus amados hijos; primera queja concreta. Primer mes de convivencia.
Y salgo yo con la manguera y disuelvo a chorros los pequeños soretitos de la Tati, en una noche cerrada para que la gorda no vea. Los días pasan, y poco a poco nuestro saludo hermético incrementa una intriga y desolación que apenas si pueden soportar: sus vidas en nada han cambiado. El rencor se palpita: a la vieja se le nota más.
La vieja esta, no chusmea en dos momentos del día: a la noche cuando duerme y cuando caga. Descubre así nuestros nombres, primero, segundo y apellido. Revisa nuestros impuestos, correspondencia personal, e indaga a toda persona que nos visita. Los horarios ya los conoce, solo tiene que abrir la puerta de su casa que da al patio común del conventillo, cada vez que... escucha un pequeño ruido de candado, o cerradura. Ella sabe quien entra, quien sale; la vieja lo sabe todo. El método es sencillo: ella abre y husmea, podrían ser "visitas para ella"...
Cuando la vieja abre la puerta y te mira -directo a la cara-, es como si estuviera malhumorada por lo general… enojada; como si uno... estaría llegando tarde, y a ella, eso le molesta.
Saluda la vieja, la gorda también, pero depende el día que tuvieron: muchas veces no contestan, están amargadas… pero bien amargadas, y el horno, no da para bollos.
Murciélagos, murciélagos en el techo, entre la teja y el machimbre. Cada vez más y más. Son demasiados, ya no me dejan dormir... Es la vieja; brujería, se cae de maduro. Un gualicho de las brujas, no hay otra.
Acá no hablamos de palomas blancas, mariposas o zorzales, son murciélagos. Oscuros, sucios y repugnantes murciélagos de la noche: la noche es dominio de brujas. Y a dos metros de mi cabeza tengo anidando una colonia de murciélagos mandados por la vieja… o quizá la gorda. ¿Quién sabe?... bien podrían estar las dos en ésta.
Tengo que hacer algo. Me están quitando el sueño, el descanso, ¡vieja de mierda!... te voy a contrarrestar la brujería. Y quemé alcohol durante algunas noches: limpié la casa, y desplegué todo el conocimiento esotérico para el caso.
Después, a los 60 días, llega la impotencia: …la gorda. Es un trabajito que me está haciendo la gorda para terminar con mi matrimonio, es obvio. No puedo amar a mi esposa y la relación se empieza a dilatar, en un remolino vertiginoso, hasta su ruptura.
Una semana de desesperada impotencia hasta que encuentro una solución que aparentaba ser la definitiva después de probar con distintos conjuros y protecciones: tenía que seguir fumando como antes. Sí, había que dejar las malditas pastillas ansiolíticas que producen impotencia; era lo más sensato. Quizá la gorda no tenía nada que ver.
De todas formas ni por un momento pensaba bajar la guardia, eran dos minas peligrosas, al margen de mi impotencia temporal; un par de noches después, volví a ser el de antes, ojo, estaba hecho un tigre.
La mirada inquisidora de la vieja merece un capítulo aparte, pero no lo tendrá, sólo diré que por cada punto y aparte que ustedes ven, la vieja, es seguro, abrió la puerta para ver quién anda afuera. Y es posible que ustedes hayan pasado alguna vez por donde nosotros vivíamos, y que me parta un rayo si la vieja no los vio.
Separemos bien los tantos, lo de la gorda es la brujería, y el fuerte de la vieja es el husmeteo diario. Por ejemplo: un día llego a casa y me encuentro en la puerta del conventillo una media anudada... Eso es brujería, de acá a la China. Pasa un día, dos, y el asunto sigue ahí. La gorda maldita, limpia la vereda todas las santas tardes… baldea… y deja el gualicho… da que pensar ¿o no?.
Bueno, convoco divinidades y hago lo que tengo que hacer, lo que se hace en estos casos. No es joda. Se le echa alcohol, se le prende fuego y a la puta madre... habría que matarlas, sinceramente.
Y estuve pensando durante un tiempo algunas de las posibilidades que podrían ser las más acordes y simbólicas para cada una y llegué a la conclusión que si la gorda debía morir tenía que estirar la pata frente a su televisor de 14 pulgadas de 3 a 5 de la tarde, en el último capítulo de su novela favorita.
Era fácil, la tv de la gorda está junto a la ventana, la ventana está siempre abierta para chusmear, y en el exterior, a 50 centímetros de los postigos, están los medidores generales de luz.
La gorda es bruta, contaba con eso; entonces 15 minutos antes del desenlace de "Amor en custodia" con Osvaldo Laport, le corto el cable visión... la gorda se para desesperada... e instintivamente, desde su fatal ignorancia, intenta recuperar la señal moviendo la antena; que ahora ya no es antena, sino que son 220 voltios de salvaje descarga eléctrica, derivada desde los medidores con un alargue que me saldría cuatro pesos en el cualquier super. 4 miserables pesos me salía la gorda.
La vieja no quería que me cueste un peso, era muy vil, una persona oscura, despreciable, fermento de basural, escoria de escorias. En fin, pensaba matarla en lo que podía ser un día más de su mísera existencia, estaba convencido que en su vida no existían días especiales. Ella vivía, en una atmósfera propia, capaz de transmutar todo estímulo externo en el material putrefacto necesario con el que construía su chiquero diario. Y no me quiero poner poeta, la vieja, no se merece ni poesías.
Abriría yo la puerta del conventillo… un martes, un jueves, daba igual, y saldría ella con su cara de "los felices deben morir". Me acercaría dos pasos, tres, y la acuchillaría en el vientre… gozando su descrédito, su impotencia, su cara de no entender la razón.
Tres o cuatro estocadas mortales distribuidas en un minuto de silencioso éxtasis. Vientre, cuello y pecho, la vieja caería ensangrentada de cara al piso, escuchando las dos últimas palabras de su vida: ¡morí, vieja!



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