miércoles, 12 de noviembre de 2008

RICARDO DUCOING LÓPEZ, SAN LUIS DE LA PAZ, GUANAJATO, MÉXICO

Muchas gracias por sus atenciones, con esto demuestra que hay ganas de trabajar, felicidades por el grupo que han logrado, someramente eché una mirada a su proposic ión y sus escritores, verdaderamente es apabullante leer la gran cantidad de personas que colaboran con ustedes. Acepto su proposición y por hoy le estoy enviando un capitulo de mi libro que titulé "LA ROÑALDA" Este es el nombre del personaje que nos narra una serie de historias las cuales he recopilado en dos libros, este personaje no es ni maestro, ni padre, ni amigo, es un narrador tan sutil que vive entre los muchachos de la escuela y jamás se imaginan que él es un compañera que siente, actúa y trasmite sus penas y alegrías para que las escriba, este personaje llamado La Roñalda es una perrita que narra cada acontecimiento del plantel, espero que esta muestra les agrade.

Atentamente.
Ricardo Ducoing López.El Escribidor.
LA ROÑALDA



Te Quiero, Mi Viejo.

Toda la gente piensa que los muchachos son rebeldes por qué se juntan con malas compañías.
Los padres piensan que todos los demás chamacos son sangrones y odiosos, que no sirven para nada y sólo les gusta fastidiar a los mayores.
Se hacen responsables de sus hijos sólo de habladas ya que nunca se preocupan por ellos y sólo están presentes para regañarlos cuando por alguna obligada circunstancia tienen que intervenir en asuntos que les corresponden.
Este es el caso de unos chamacos inconformes con la vida ya que estaban estimulados por la falta de orientación, vigilancia y atención de sus padres.
— Jorge, ¡Sí te vuelvo a ver peleando te aseguro que te largas de la escuela! Eres un verdadero problema, dame tu gafete, pasa a servicios escolares a recoger una nota que es para que se la lleves a tu padre.
Lo quiero aquí mañana temprano o cuando pueda venir pero por lo pronto tú no entras a clases hasta que resolvamos este asunto.
Estas fueron las palabras de un prefecto que de alguna manera debe imponer el orden, el chamaco recogió sus cosas, se dirigió a la Dirección a por su reporte.
Durante el trayecto mientras caminaba mascullaba una serie de palabras inaudibles para los humanos, pero gracias a mi oído perruno capté sus inconformidades.
Debo describir al chamaco, antes de proseguir, ya que esto es de vital importancia pues aunque dicen que el hábito no hace al monje, sí le da forma y figura, con lo cual quiero decir que los muchachos son lo que los padres hacen de ellos.
Este era un adolescente entre quince y dieciséis años, su complexión fuerte casi desproporcionada a su edad, no muy alto de estatura, los pantalones cinco o seis tallas más grandes que su medida, zapatos de piel en forma de botines con suela ahulada muy gruesa, una camiseta con el escudo de la escuela cubría los pliegues formados en la cintura, los brazos mostraban su piel de color morena, su cara siempre traía el dejo de la inconformidad, los pelos sobreabundando hechos molotes para formar pilas como de rastrojo.
Su vestimenta no es diferente a otros chamacos que quieren vestir a la moda de los “trashers” que usan este tipo de ropa por comodidad para poder desenvolverse con soltura al manejar su patineta, pero este no era el caso, se viste así porque descubrió que eso le molesta a su papá. ¿...?
— ¿Qué te pasa hijo? Le preguntó una maestra que sin darse cuenta el chamaco chocó con ella.
— Es que me acusaron de que me estaba peleando contra un amigo.
— ¿Y eso fue cierto?
— ¡Bueno no, pero sí!
— A ver, como está eso de que no y luego dices que sí.
— P’us mire maestra, las cosas son así. Ernesto y yo somos amigos desde toda la vida, somos del mismo grupo. Vivimos en la misma colonia, antes éramos vecinos así es que nos conocemos de siempre.
— ¿Entonces por qué te peleas con él?
—Es que les platicó algo muy feo a mis cuates y a mi me cayó rete gordo que me lo hiciera. ... ¡Bueno! La neta es que eso no me importa tanto, ... Lo que me “cay” gordo es lo que me dice mi “apá,” ... Eso sí esta grueso, ... Y yo no se lo perdono, ... Aunque no se si valga la pena, ... Fíjese Maestra lo que nos dice, ... A mi hermano y a mí... que dizque soy un estorbo en su vida, ... Y que yo soy hijo no deseado, ... Hay veces que me dan ganas de pegarle, yo no se p’a que me trajo al mundo si no me quería.
La maestra cambiaba los gestos de su cara conforme recavaba las informaciones que a cuenta gotas presentaba este chamaco.
— ¡A ver, a ver! Vamos al salón de maestros o algún lugar donde podamos platicar. Los tres marchamos con rumbo a la biblioteca, ellos dos y yo que moviendo la cola indicaba que no me quería perder el desenlace de éste percance.
Ellos caminaban delante de mi a grandes pasos ignorando mi presencia misma que al ser notada por algún compañero me brindaba una caricia sobre mi testa.
Ahí la maestra pidió un privado y se sentaron a proseguir con la conversación.
— Antes que nada quiero que entiendas, que esto que estamos platicando tú y yo, no va a salir de éstas paredes a menos que tú así lo quieras, ¿entendido? El chamaco aprobó con la cabeza su aceptación pero la maestra insistió.
—Contéstame con palabras, ¿me entiendes? Volvió a balancear la cabeza afirmativamente y forzado movió los labios pronunciando el ansiado sí.
— ¡Mira hijo! Lo que estas diciendo es lo más tonto que oído en toda mi vida.
— No maestra, es la pura neta, mi padre me lo ha dicho una y mil veces y ya quisiera que sólo fuera a mi, sino que también se lo dice a mis hermanos.
— ¿Ellos son más grandes que tú?
—Uno, yo soy el de en medio.
— ¿Cuándo los regaña les dice lo que me cuentas?
— Casi no, sólo cuando se le pasan las copas.
— ¿Y eso, es seguido?
— No, sólo los fines de semana.
— ¿Y cuánto tiempo hace que te lo dice? O mejor dicho, se los dice.
— ¡Húy maestra! Desde que me acuerdo, harán unos doce años cuando menos. Fíjese que hay ocasiones que mejor quiero matarme... ¡Sí a lo macho! Me dan ganas de que se quede sin ninguno de nosotros, es que se siente horrible de que su propio padre le diga uno esas cosas.., me cae que un día de estos me pelo p’al otro barrio.
— ¡Mi hijito! ¿Y alguna vez te has puesto a pensar que eres un elegido de Dios?
— ¡Hay sí, ándele! Perdón maestra, se me salió.
— No te preocupes todo está bien, pero quiero que sepas que si eres un hijo “no deseado” por tu padre “sí eres el deseado” lo eres por Dios y que sí estás aquí en este planeta llamado tierra es porque tienes una gran misión que cumplir y has sido elegido para ella.
El chamaco callaba reflexionando.
— No te has dado cuenta que tú eres el resultado de que entre millones de minúsculos espermatozoides sólo uno fue el que te fecundó; ese era el más fuerte y se clavó para darte vida a ti... Tú eres el resultado de ese espermatozoide porque ya estabas destinado a nacer desde antes de la creación.
— ¡Sí pero!... A veces siento que le estorbo, es que no me quiere.
— En ambas cosas estoy en desacuerdo contigo, date cuenta que es una mentira, sí no te quisieran o les hubieras estorbado, aquí adelante esta en Valle de los Lirios una casa hogar para niños desamparados, de los chiquillos que recogen debajo de los puentes, o de los basureros que fueron arrojados allí por sus padres que no los quisieron, ahora tú no vives allí. Aquí en Tijuana como frontera sabes que es muy fácil que las mujeres puedan abortar, no se sí has visto u oído los anuncios que pasan en el radio y la televisión donde anuncian que ayudan a embarazadas con problemas y eso no es otra cosa que abortos a granel.
—Tú te has dado cuenta que a ti nada te falta, ¿tienes casa propia? ¿Tienes una habitación para ti solo? Ambas preguntas las respondió afirmativamente. Y traes ropa buena, a cada pregunta el muchacho movía la cabeza afirmando. Ahora no digo que esté bien lo que su padre les dice pero quiero que me respondas con toda sinceridad ¿Amas a tu padre?
— ¡No, lo odio!
— Ahí es dónde está tu soledad, estás en una encrucijada y no sabes para dónde caminar, odias a tu padre porque él no los ha sabido amar. ¿Por qué no le das tú, una lección de amor? A la mejor tu padre no aprendió de chamaco a decir “te quiero” y ahora no sabe como hacerlo, mucho menos decirlo.
— Es que yo tampoco sé como decírselo.
— Muy fácil ahora que llegues a tu casa sin mas, ni menos abrázalo, abrázalo fuerte y si puedes dale un beso y sí no un golpecito ya sea lo uno o lo otro pero acompáñalo con las palabras “Te quiero, papá.”. El chamaco se aflojó.
— Es que nunca hemos usado esas palabras, en mi casa no se utilizan, nunca las he oído, a la mejor va a pensar que soy joto.
— Bueno, pues te la voy a poner fácil, cuándo se te presente otra vez la oportunidad y que tu padre les diga que son indeseables, ustedes tres le van a responder que sí lo son, pero que él, es el padre deseado por muchos y que a pesar de lo que él diga o piense algún día va a ser viejo y entonces ustedes serán su sostén.
— ¡No maestra! Está de color de hormiga, nadamás que se entere de lo que pasó y que tiene que venir mañana a que le den el chisme, no me la voy a acabar, aquí es cuando me dan ganas de morirme.
— ¡Ok! Vamos a hacer un trato. Ahora voy a arreglar lo de ese reporte, me voy a echar el compromiso por ti de tu buen comportamiento, pero tú me vas a responder y mañana en lugar de que venga tu padre quiero que traigas una respuesta agradable de lo que te dijo cuando ahora que le, veas le digas que lo quieres.
— ¿De verás maestra usted me haría ese paro? Neta, maestra.
— ¿No me crees? En ese momento llamaron a la puerta, era Ernesto que buscaba a su amigo, Jorge, éste al verlo se encrespó desafiante.
— ¿Me permite maestra? Quiero hablar con él pero aquí delante de usted.
— ¡Adelante!
— Mira Jorge, quiero que me perdones por lo que te hice, no traté de lastimarte lo que pasa, es que me choca que dices que odias a tu padre y tú sí lo tienes y yo no, lo perdí desde que tenía tres años, recuerdas, la verdad es que te tengo envidia, yo quisiera que el mío no se hubiese muerto aunque me dijera cosas que me hicieran sufrir, aunque suene a jotería ésto que te digo es la pura neta, te quiero un chorro mano y no voy a permitir que nuestra amistad termine por andar de envidioso. “Perdóname Loco”.
Ambos se fundieron en un fuerte abrazo, las lágrimas brotaron de los tres, los chamacos se alejaron muy contentos con su reconciliación no sin antes terminar con el trato.
— ¡Maestra! ¿Entonces que?
— ¿Qué de qué?
— De lo del trato.
— Ahorita te cumplo pero quiero que tú también lo hagas.
— Híjole maestra, soy machín, s’té usted segura que le cumplo.
— Váyanse muchachos, sólo quiero que sepan que sí en su casa no los quieren, aquí en la escuela, sí, los queremos y mucho.
Desde una distancia prudente los seguí, mi perruno corazón brincaba de gusto, era una agradable sensación de alegría, anticiparme los buenos resultados.
Ambos amigos se dirigieron al salón de clases estrenando su renovada amistad, mientras la maestra se dirigía a hacer los trámites necesarios para suspender ese castigo que le permitiría a Jorge llegar hasta las entrañas de su padre, tan sólo decirle cuatro palabras:
¡Te quiero! Mi viejo.

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