Paulino Castillo se asomó por la entrada que daba al corredor, avanzó un poco, se detuvo y con cierta timidez observó el grupo de personas que allí se encontraba. Con la vista buscó lo que le interesaba. Allá estaba, a la distancia, en el centro del galpón, quieto sobre las tablas que se estiraban sobre los caballetes de madera, silencioso y cubierto completamente por la sábana que le cubría el cuerpo de pie a cabeza.
-Patrón Eulogio -su voz fue apenas un leve susurro.
El hombre, ubicado detrás suyo, se acercó y le habló tomándole el brazo con suavidad.
- Murió cuando todavía no aclaraba.
-¿Qué le pasó? -preguntó Paulino, aunque no ignoraba lo ocurrido.
- Un planchón le cayó encima, falleció después de una larga y cruel agonía.
Agosto con su aire frío cordillerano penetraba calando hondo en cada rincón por donde extendiera sus garras heladas; la noche del velorio que se acercaba, anunciábase de oscuridad y camanchaca.
- ¿Lo conocía? -Consultó el desconocido.
- Mucho -los primeros ramos de flores se ubicaron en
la parte baja del féretro.
-Primer Misterio Doloroso. Oración del huerto. Padre Nuestro…
Una viejecita enjuta inició el rosario. Luego, con el anochecer, vendrían la cazuela de ave, el asado, el vino caliente y los chascarros. Uno de los asistentes se acercó aPaulino con un papel y un lápiz en la mano.
- ¿Va a anotarse pa' cargar el finaíto? -preguntó,
-Sí. a eso he venío.
- Muy bien, le tocó el número catorce. Tome pa' que no se olvide el amigo.
Le alargó un trozo de cartón cuadrado con el número escrito en una de sus caras.
Don Eulogio, al despuntar el alba, sería puesto sobre una angarilla que, llevada por grupos alternados de seis hombres, sería transportado a pie desde el pequeño poblado enclavado a media montaña hasta el pueblo más cercano del valle, donde un camión recogería el cuerpo para llevarlo al camposanto. Los diez kilómetros distantes entre ambos puntos los recorrerían escuchando la letanía monótoma del capataz. Este, montando su tordillo, daría las órdenes:
- ¡Los números dos, cinco, nueve y once se cambian por el cuatro, el siete, el catorce y el diecinueve!.. ¡A la espera, para el otro relevo, el quince, el diecisiete, el uno y el veinte!
El jefe del funeral lo había llamado. Apuró el paso y se ubicó en la parte trasera de la angarilla. Era su turno para cargar a don Eulogio. Al fin lograba estar a su lado. Entonces, le habló bajito, con temor de no interrumpir su sueño eterno.
-Patrón, aquí estoy, no se preocupe, no lo voy a dejar mal. De la promesa no me he olvidado.
- Los muertos no hablan ni escuchan, amigo -era el hombre del galpón que nuevamente estaba junto a él.
- Yo sé que me escucha, estoy seguro.
- Lo apreciaba mucho, parece. Es raro que un obrero se encariñe tanto con su patrón.
- Ya se lo dije anoche, don Eulogio tenía un corazón de oro.
-¡El veinte por el diecisiete! -otra vez la voz del capataz- ¡El quince por el uno!..
-¿Qué número tiene usté? -preguntó Paulino cambiando de conversación.
- Ninguno, yo sólo vine a acompañar a don Eulogio. También me enteré de su muerte igual que usted. Por casualidad.
-¡No me iga!.
-Claro. Llegué a su casa para cobrarle una pequeña deuda que tenía conmigo, ahí recién me enteré de la triste noticia. Que se le va a hacer, son cosas del destino...
Al pequeño cementerio de los Maitenes muy de tarde en tarde llegaban difuntos de importancia. Don Eulogio Ledezma lo era. De la nada había surgido gracias a la buena fortuna que siempre lo acompañó en los derroteros mineros. Era un hombre querido por sus trabajadores; en sus tiempos mozos él había sido un barretero de los buenos, sabía por tanto del esfuerzo y de la entrega que caracterizan a esos seres que buscan en los peligros y en las profundidades de la tierra el sustento diario, por eso los quería y trataba de darles siempre cierto bienestar.
- ¡Hermano Eulogio, descansa en paz!..
El ataúd, después de la última frase del sacerdote que lo acompañó hasta la última morada, se deslizó aferrado a cordeles hacia la profundidad de la fosa abierta en el suelo, que acogió con manos maternales llenas de ternura los restos mortales que en ella se depositaban.
- ¡Amén!..
Lentamente los acompañantes fueron retirándose, sólo quedó Paulino observando la cruz de madera que indicaba el sitio preciso en que reposaba su antiguo patrón. No le importó la llovizna del mediodía ni el aguacero de la tarde. Sentado en una piedra esperaba la noche. Muchos fueron los cigarrillos que fumó antes que llegara el momento para el cual él había arribado el día anterior. Poco a poco las sombras alargaron sus brazos negros hacia el valle, hasta oscurecerlo por completo.
-Cuando yo muera -habíale dicho una vez el patrón-todo lo que tengo pasará a poder de mis trabajadores, sólo los tengo a ustedes.
- No iga eso, don Eulogio, usté tiene mucho hilo en la carretilla toavía.
- No, Paulino, me queda poco, no más de cuatro años.
- ¿Tiene un mal incurable, patrón?..
Sí, estoy condenado a muerte.
Entonces le reveló la verdad y Paulino Castillo le hizo una promesa.
-Por eso me tiene ahora a su lao, pa' que na' le pase. Voy a efenderlo con mi propia vía, don Eulogio.
De pronto, Paulino volvió a escuchar esa voz que ya conocía.
_Así que el amigo se enteró por casualidad de la muerte de su patrón.
La silueta del hombre que viera por primera vez la tarde anterior en el galpón, avanzaba hacia él. Castillo no respondió. El otro prosiguió:
E! aludido enfrentó al recién ¡legado:
-Lo sabía, por eso vine y estoy aquí.
-¿Para que?..
No había razones para responder; su eventual rival no ignoraba la causal por la cual, él se encontraba en el cementerio a esa hora. Osadamente se puso de pie plantándose resueltamente delante de la tumba de don Eulogio. En el cuello llevaba un escapulario, en su mano derecha un crucifijo y en la izquierda una botellita con agua bendita. Junto a la cruz de madera, con anterioridad a la llegada del visitante, Paulino había encendido una vela dentro de un tarro. Uno frente al otro se miraban sin
pestañear; bien sabían los dos que el primero que lo hiciera será derrotado
-Le falta algo, amigo -el hombre hablaba pausadamente.
- Sí, no tiene pa' qué ecírmelo; no traje la Biblia.
- Es conocedor de su oficio, parece, sin eso en su poder, puede ser peligroso, amigo Castillo.
- No me importa, sé lo que puede pasarme. Lo que interesa es mi patrón.
-Usted se lo buscó...
Poco a poco los ojos de ambos contrincantes fueron llenándose de lágrimas; la visión comenzó a empañarse, Castillo no lo pudo soportar, cerró los ojos y sintió que algo se desgarraba dentro de él, se desprendía en su interior y se le escapaba para siempre.
Rápidamente el misterioso personaje transformado en sombra capturó el halo blanco semi transparente que afloraba del cuerpo de Paulino y se elevó perdiéndose en los misterios indescifrables de la noche.
Don Eulogio Ledezma podía descansar en paz. Su alma, transada con el demonio a cambio de riquezas había sido salvada por su leal trabajador que ahora yacía inmóvil, desprovisto de la suya y condenado para siempre.
-Patrón Eulogio -su voz fue apenas un leve susurro.
El hombre, ubicado detrás suyo, se acercó y le habló tomándole el brazo con suavidad.
- Murió cuando todavía no aclaraba.
-¿Qué le pasó? -preguntó Paulino, aunque no ignoraba lo ocurrido.
- Un planchón le cayó encima, falleció después de una larga y cruel agonía.
Agosto con su aire frío cordillerano penetraba calando hondo en cada rincón por donde extendiera sus garras heladas; la noche del velorio que se acercaba, anunciábase de oscuridad y camanchaca.
- ¿Lo conocía? -Consultó el desconocido.
- Mucho -los primeros ramos de flores se ubicaron en
la parte baja del féretro.
-Primer Misterio Doloroso. Oración del huerto. Padre Nuestro…
Una viejecita enjuta inició el rosario. Luego, con el anochecer, vendrían la cazuela de ave, el asado, el vino caliente y los chascarros. Uno de los asistentes se acercó aPaulino con un papel y un lápiz en la mano.
- ¿Va a anotarse pa' cargar el finaíto? -preguntó,
-Sí. a eso he venío.
- Muy bien, le tocó el número catorce. Tome pa' que no se olvide el amigo.
Le alargó un trozo de cartón cuadrado con el número escrito en una de sus caras.
Don Eulogio, al despuntar el alba, sería puesto sobre una angarilla que, llevada por grupos alternados de seis hombres, sería transportado a pie desde el pequeño poblado enclavado a media montaña hasta el pueblo más cercano del valle, donde un camión recogería el cuerpo para llevarlo al camposanto. Los diez kilómetros distantes entre ambos puntos los recorrerían escuchando la letanía monótoma del capataz. Este, montando su tordillo, daría las órdenes:
- ¡Los números dos, cinco, nueve y once se cambian por el cuatro, el siete, el catorce y el diecinueve!.. ¡A la espera, para el otro relevo, el quince, el diecisiete, el uno y el veinte!
El jefe del funeral lo había llamado. Apuró el paso y se ubicó en la parte trasera de la angarilla. Era su turno para cargar a don Eulogio. Al fin lograba estar a su lado. Entonces, le habló bajito, con temor de no interrumpir su sueño eterno.
-Patrón, aquí estoy, no se preocupe, no lo voy a dejar mal. De la promesa no me he olvidado.
- Los muertos no hablan ni escuchan, amigo -era el hombre del galpón que nuevamente estaba junto a él.
- Yo sé que me escucha, estoy seguro.
- Lo apreciaba mucho, parece. Es raro que un obrero se encariñe tanto con su patrón.
- Ya se lo dije anoche, don Eulogio tenía un corazón de oro.
-¡El veinte por el diecisiete! -otra vez la voz del capataz- ¡El quince por el uno!..
-¿Qué número tiene usté? -preguntó Paulino cambiando de conversación.
- Ninguno, yo sólo vine a acompañar a don Eulogio. También me enteré de su muerte igual que usted. Por casualidad.
-¡No me iga!.
-Claro. Llegué a su casa para cobrarle una pequeña deuda que tenía conmigo, ahí recién me enteré de la triste noticia. Que se le va a hacer, son cosas del destino...
Al pequeño cementerio de los Maitenes muy de tarde en tarde llegaban difuntos de importancia. Don Eulogio Ledezma lo era. De la nada había surgido gracias a la buena fortuna que siempre lo acompañó en los derroteros mineros. Era un hombre querido por sus trabajadores; en sus tiempos mozos él había sido un barretero de los buenos, sabía por tanto del esfuerzo y de la entrega que caracterizan a esos seres que buscan en los peligros y en las profundidades de la tierra el sustento diario, por eso los quería y trataba de darles siempre cierto bienestar.
- ¡Hermano Eulogio, descansa en paz!..
El ataúd, después de la última frase del sacerdote que lo acompañó hasta la última morada, se deslizó aferrado a cordeles hacia la profundidad de la fosa abierta en el suelo, que acogió con manos maternales llenas de ternura los restos mortales que en ella se depositaban.
- ¡Amén!..
Lentamente los acompañantes fueron retirándose, sólo quedó Paulino observando la cruz de madera que indicaba el sitio preciso en que reposaba su antiguo patrón. No le importó la llovizna del mediodía ni el aguacero de la tarde. Sentado en una piedra esperaba la noche. Muchos fueron los cigarrillos que fumó antes que llegara el momento para el cual él había arribado el día anterior. Poco a poco las sombras alargaron sus brazos negros hacia el valle, hasta oscurecerlo por completo.
-Cuando yo muera -habíale dicho una vez el patrón-todo lo que tengo pasará a poder de mis trabajadores, sólo los tengo a ustedes.
- No iga eso, don Eulogio, usté tiene mucho hilo en la carretilla toavía.
- No, Paulino, me queda poco, no más de cuatro años.
- ¿Tiene un mal incurable, patrón?..
Sí, estoy condenado a muerte.
Entonces le reveló la verdad y Paulino Castillo le hizo una promesa.
-Por eso me tiene ahora a su lao, pa' que na' le pase. Voy a efenderlo con mi propia vía, don Eulogio.
De pronto, Paulino volvió a escuchar esa voz que ya conocía.
_Así que el amigo se enteró por casualidad de la muerte de su patrón.
La silueta del hombre que viera por primera vez la tarde anterior en el galpón, avanzaba hacia él. Castillo no respondió. El otro prosiguió:
E! aludido enfrentó al recién ¡legado:
-Lo sabía, por eso vine y estoy aquí.
-¿Para que?..
No había razones para responder; su eventual rival no ignoraba la causal por la cual, él se encontraba en el cementerio a esa hora. Osadamente se puso de pie plantándose resueltamente delante de la tumba de don Eulogio. En el cuello llevaba un escapulario, en su mano derecha un crucifijo y en la izquierda una botellita con agua bendita. Junto a la cruz de madera, con anterioridad a la llegada del visitante, Paulino había encendido una vela dentro de un tarro. Uno frente al otro se miraban sin
pestañear; bien sabían los dos que el primero que lo hiciera será derrotado
-Le falta algo, amigo -el hombre hablaba pausadamente.
- Sí, no tiene pa' qué ecírmelo; no traje la Biblia.
- Es conocedor de su oficio, parece, sin eso en su poder, puede ser peligroso, amigo Castillo.
- No me importa, sé lo que puede pasarme. Lo que interesa es mi patrón.
-Usted se lo buscó...
Poco a poco los ojos de ambos contrincantes fueron llenándose de lágrimas; la visión comenzó a empañarse, Castillo no lo pudo soportar, cerró los ojos y sintió que algo se desgarraba dentro de él, se desprendía en su interior y se le escapaba para siempre.
Rápidamente el misterioso personaje transformado en sombra capturó el halo blanco semi transparente que afloraba del cuerpo de Paulino y se elevó perdiéndose en los misterios indescifrables de la noche.
Don Eulogio Ledezma podía descansar en paz. Su alma, transada con el demonio a cambio de riquezas había sido salvada por su leal trabajador que ahora yacía inmóvil, desprovisto de la suya y condenado para siempre.
Con profunda satisfacción comunicamos a Uds., que las gráficas aparecidas en todos los cuentos, corresponden al diseñador gráfico: Alejandro Jonquera, Departamento de: Arte Semanario "Tiempo".
Estimados amigos de La Sociedad de Escritores de Chile (SECH), Filial Gabriela Mistral, Región de Coquimbo, adjuntamos a todos Uds. La pagina Web del Periódico "Tiempo", de nuestra ciudad, www.semanariotiempo.cl y de esta manera revisar las informaciones y nuestra narrativa semanal, donde reproducimos un cuento seleccionado de nuestros escritores, página que ha tenido un éxito sorprendente, ya hemos publicado una cantidad importante de escritores. Todo gracias a la colaboración permanente del señor director del Periódico "Tiempo", Por el desarrollo cultural de nuestra Latinoamérica Unida por la literatura,
Felicitamos la iniciativa emprendida en conjunto del Periódico "Tiempo" y La Sociedad de Escritores de Chile (SECH) Filial Gabriela Mistral, Región de Coquimbo y a su vez invitamos a todos los escritores chilenos y extranjeros a ser parte de este acontecimientos literario digno de ser destacado y reproducido en otros lugares..
Directorio
Sociedad de Escritores de Chile (SECH)
Filial Gabriela Mistral, Región de Coquimbo--
Luis E. AguileraDirector NacionalSociedad de Escritores de Chile
PresidenteSociedad de Escritores de Chile (SECH),
Filial Región de Gabriela Mistral-Coquimbo
Fonos (56-51) 227275 (56-51) 243198 Celular 90157729
La Serena - Chile
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